En el año 2008 a mi esposo Matías le ofrecieron un puesto laboral en Colombia, ya estábamos casados, pero sin hijos. Recuerdo el momento en que me dio la noticia y me pidió que nos fuéramos de viaje para que tomáramos juntos la decisión.

Cuando vives algo así, tus pensamientos y tus emociones se contradicen. Sin duda era un reconocimiento en su vida profesional. Al mismo tiempo significa que para tomarlo tienes que dejar atrás todo lo conocido. Sin duda, me alegraba por El y lo quería apoyar, pero en el fondo yo no estaba feliz.

En ese momento entré en un estado de incertidumbre, me resistí al cambio, me tocaba dejar mi trabajo, mi familia, mis amigos para comenzar un nuevo rumbo acompañando a mi esposo, fue realmente difícil para mí, ya que él iba con trabajo, pero yo no. Al final acallé todas mis dudas y decidí subirme a esa montaña rusa y acompañarlo.

Una de las tareas más complicada, fue darle la noticia a la familia, especialmente a la mía porque nos juntábamos todos una vez a la semana a comer. Teníamos rutinas y hábitos de muchos años atrás:  nos hablamos todo el tiempo, nos asistíamos en diferentes labores, no era fácil renunciar a esto.  Recuerdo que mi hermana mayor se puso a llorar y mis papás me expresaron su preocupación por la situación de seguridad del país al cual nos estaban trasladando.

Al llegar a Colombia, me costó mucho trabajo el cambio. Extrañaba mucho la vida que tenía en Argentina. Me encontré con una cultura completamente diferente, personas que, si bien hablamos el mismo idioma, pero teníamos modismos distintos. Algunos me causaban intolerancia, como, por ejemplo. “que pena con Usted” que significa una disculpa en Colombia, sentía que me estaban cargando o burlando. ¿La comida me sabia mal, el asado? No era asado, era carne con mazorcas a la parrilla a gas y papa salada, y me preguntaba, ¿y la ensalada dónde está? Llegaba a lugares y me ofrecían sopas y salía corriendo, ¿huevitos revueltos a la mañana???? Uhmmm quería una medialuna de manteca. Amanecía con sol y al mediodía necesitabas un paragua y un abrigo porque seguro llovía.

Por momentos no sabía en que ocupar mi tiempo. No tenía una casa propia, un lugar el cual arreglar, durante todo un mes estuvimos viviendo en un hotel, por lo que no podía ni colgar un cuadro o poner una foto.

Los primeros meses de adaptación fueron un horror, extrañaba, me conectaba al Skype para ver si podía hablar con alguna amiga o familia, pero cada uno estaba con sus cosas, trataba de hacer alguna actividad, busque trabajo, acompañaba a mis alumnos de tesis desde la distancia. Vivía en un atascamiento, comparaba todo el tiempo sus costumbres con las de mi país.

Hasta que conocí Angelita, una colombiana que estaba casada con un argentino, fue mi ángel de transición, fue mi amiga, mi hermana, compartir con ella me ayudo aceptar la vida que había emprendido, con su compañía logré entender y querer su cultura, aprendí a comer arepas, palitos de queso, pan de bono. Un poco más instalada logré tener un trabajo, iniciar una nueva etapa, abrí mi cabeza y aprendí a disfrutar tanto a este país.

Mi resistencia e intolerancia comenzó a disolverse. Mi duelo comenzó a transformarse en curiosidad, me abrí a un nuevo circulo, a una nueva vida. Hoy sé que eso me engrandeció, se amplió mi vocabulario, mis platos preferidos, mis lugares favoritos. Cree nuevos hábitos con lo mejor de dos culturas para mí. Tengo dos círculos de amigos colombianos y argentinos, tengo una casa en Colombia y otra en Argentina. Mi vida se llenó de abundancia, definitivamente me enriquecí.

Dejé de resistirme y comenzaron a aparecer los milagros. Hoy al hacer una introspección quiero hablar como nuestros miedos se convierten en duelo, quiero compartirles que pasé por estas 4 etapas

  • La resistencia al cambio, no querer cambiar la vida que tenía
  • La resistencia a la adaptación
  • Aceptación de buscar una nueva vida
  • La apertura a un nuevo circulo

Caí en cuenta que estos cuatro pasos también los viví con la muerte de mi esposo y por eso hoy puedo decir consciente de lo que viví que también necesitamos gestionar los duelos para demorar lo menos posible la llegada de esa abundancia. Hoy sé que la muerte del duelo es la capacidad de integrar lo nuevo.