Hace unos días Emma, mi hija menor, no quería entrar al colegio, se levantaba de muy mal humor, se hacía pis en la cama, se resistía bajarse del auto cuando llegábamos al colegio y estaba en una etapa de “oposición”. Si yo le decía blanco, ella decía negro, si yo le decía que tenía que ir al colegio, ella no quería, estaba completamente irritable.
Al mismo tiempo, me llamaron del colegio para hablarme sobre ella, me contaron que estaba muy sensible, que cualquier cosita que le dijeran los compañeros ella se ponía a llorar. Manifestaron que un día se paró frente a todos y comenzó a hablar sobre su papá. Contó que ella no lo conoció, porque se había muerto, y que tenía una foto de él cuando ella estaba adentro de mi panza.
Poco después me preguntó sobre su papá, cuestionándome por qué no lo había conocido, y por qué se murió.
Sentí que se despertó el gran monstruo del dolor. Que la anestesia de los maravillosos años de la infancia estaba terminando para ella, y yo, me envolví en un tornado de emociones. Quizás había llegado la hora de enfrentar el dolor de la más pequeña de las cuatro, necesito confesar que yo creí que siendo ella tan chiquita no manifestaría la falta de su papá y que había naturalizado el crecer sin él.
Nos puede pasar que asumamos que las cosas mejoran cuando no hay tristeza o pesar. Pero la verdad, es que el dolor se duerme para que podamos seguir adelante. En el mundo terapéutico a esto le llamamos un duelo bloqueado, un dolor que quedó en pausa; para que pudiéramos continuar con la vida y que se va a despertar cuando tengamos la fuerza y las herramientas para afrontarlo.
Quizás como mamá, subestimé su proceso de duelo, creí que a medida que pasara el tiempo el dolor desaparecería. Ahora interpreto que su tristeza emergente o su dolor es una forma de mantener vivo ese vínculo, y se puede despertar como en el caso de mi hija, justamente en la etapa en la que los niños comienzan a necesitar más a su padre hombre.
Días atrás Emma me dijo: “Mamá porque papá se tuvo que morir cuando yo nací”, que connotación tan grande lo que manifestó. Es como si ella interpretara que su papá se tuvo que morir para que ella pudiera vivir. Algo así como: “ yo nazco y papá muere” Ciertamente es necesario trabajar esto con ella.
Como la Biología tiene sus misterios. Ella es la más parecida físicamente y en su manera de ser. Es curioso que lejos de sentirse bien con la comparación a ella le Resulta incómodo que las personas que conocieron a Matías se lo manifiesten, ella no quiere saber nada. Me dice “yo no me parezco a mi papá”. Es una especie de reclamo o enojo que se manifiesta en ella.
Sé que no le ha tocado fácil. Remontándome al primer año de la muerte de Mati, Emma sufrió mi ausencia, mi desconexión, mi dolor, le tocó vivir mi peor momento, en el que estaba en modo de supervivencia y hoy emerge de las profundidades su duelo. En su momento ella fue mi escenario de dolor y hoy me toca a mi ser mi mejor versión para ella.
Como terapeuta ahora entiendo que los niños nos hablan constantemente de nuestros asuntos sin resolver. Nos reflejan lo que vivimos y lo que nos falta por sanar, Emma con solo 4 meses vivió una experiencia en la que sintió un abandono de ambos padres uno por la muerte en si misma y, en mi caso, una desconexión para con ella.
Ahora sé que es importante estar atento a sus llamados de atención y no culpar a sucesos que tenemos en el contemporáneo sino también a hechos que no sanaron en su momento.
Hoy puedo entender que a medida que crecemos se despiertan los pendientes en la vida, ya sean de uno mismo o de nuestros ancestros. Nuestro cuerpo y nuestras emociones se manifiestan para que podamos sanar.